Del santo amor de Cristo – 11 de Abril de 2022

LA ASOMBROSA CRUZ 

Él puso en las pupilas del ciego nueva luz,

la eterna luz de vida que brilla de la cruz,

Y el paso de los años lo hará más dulce y más

precioso al darle al alma su incomparable paz.

Como sucedía frecuentemente, un día la vieja máquina “Singer” cosía un vestidito de uno de los tres hijos de Lelia Naylor Morris.  Las manos de la madre estaban ocupadas con la costura, pero su corazón estaba adorando al Señor.

De pronto un canto nuevo llenó su mente, así que dejó la prenda a un lado y se sentó al piano para tocar y entonar lo que fluía en expresión de su amor a Dios.  Luego escribió la partitura para agregarla al tesoro de alabanzas que guardaba en una gaveta. 


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El hogar de Lelia y su esposo, Charles, siempre estaba lleno de estudiantes y amigos debido a su cálido ambiente y excelente colección de libros.  Los visitantes cantaron con la familia alrededor del piano, y al despedirse, llevaron los nuevos himnos y cánticos a otros lugares. 

¿Cómo fue la formación de tan singular mujer?

Tres experiencias marcaron la vida de Lelia:

Primera experiencia: A los diez años, después de un servicio dominical pasó adelante, llorando. Un señor, al ver sus lágrimas, se arrodilló junto a ella y le dijo: -Niñita, Dios está aquí y muy dispuesto a perdonar sus pecados-.  Ese día experimentó el gozo del perdón y la salvación.


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Segunda experiencia: Debido a la muerte de su padre, muy joven empezó a trabajar en una boutique de sombreros. En ese entonces, las mujeres al salir de la casa, llevaban arreglos grandes en la cabeza, con plumas, flores y cintas.  Lelia atendía bien a la clientela, y recibió el sustento diario. Aunque ella sentía la falta que le hacía su papá, aprendió a confiar en Dios y vivir en victoria espiritual, esperando el maravilloso encuentro con seres queridos en la presencia del Señor.

Tercera experiencia: A los diecinueve años se casó, y por casi cincuenta años vivió en la misma casa en un pueblito en el estado de Ohio, Estados Unidos. 

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Lamentablemente, cuando tenía 51 años, empezó a fallar su vista, y los tratamientos médicos no surtieron efecto. Para que pudiera continuar escribiendo música, su hijo le construyó un pizarrón con pentagrama de nueve metros de ancho, que le permitió dibujar notas grandes.  Sin embargo, al año estaba completamente ciega.

Una hija, Fanny, vivía lejos y durante visitas anuales, su madre le dictaba la letra y las notas de docenas de himnos y cantos que iba compilado en su mente durante su ausencia.  No podía ver, pero su memoria fue formidable, y seguía atendiendo el hogar. 

Otra hija, Mary, se encontraba aún más distante, pues era misionera, junto con su esposo, en la China.  Su madre siempre había sido activa en apoyar misiones, así que para ella fue una dicha contar con misioneros en la familia, sin reprochar a sus hijas por no tenerlas a su lado.   

El yerno tradujo algunos de los mil himnos que había escrito su suegra, y le presentó un himnario en el idioma mandarín de la China.  Se sintió muy bendecida por poder participar en la obra misionera, a pesar de su discapacidad.  Los himnos de Lelia Morris, una humilde ama de casa que amaba al Señor, han llegado a muchos países, incluyendo la India, África, Corea y Colombia.

En el himnario “Celebremos Su Gloria” hay dos: “A Combatir” (#532) y “Del santo amor de Cristo” (#349).

“Del santo amor de Cristo” 

#349 (CSG)

  1. Del santo amor de Cristo que no tendrá su igual, 

de su divina gracia, sublime y eternal, 

de su misericordia, inmensa como el mar 

y cual los cielos alta, con gozo he de cantar. 

  1. Cuando él vivió en el mundo la gente lo siguió, 

sus penas y angustias en él depositó; 

Entonces, bondadoso, su amor brotó en raudal 

incontenible, inmenso, venciendo todo mal. 

  1. Él puso en las pupilas del ciego nueva luz, 

la eterna luz de vida que brilla de la cruz, 

Y dio a sus seguidores la gloria de su ser 

al impartir su gracia, su Espíritu y poder. 

  1. Su amor, por las edades del mundo, es el fanal 

que marca esplendoroso la senda celestial, 

Y el paso de los años lo hará más dulce y más 

precioso al darle al alma su incomparable paz. 

Coro: 

El amor de mi Señor grande y dulce es más y más; 

Rico e inefable, nada es comparable al amor de mi Jesús. 

LETRA y MUSICA: Lelia N. Morris, 1912, trad. Vicente Mendoza, alt.