Oh, amor de Dios – 6 de Abril de 2022

LA ASOMBROSA CRUZ 

Cuando el pecar entró al hogar de Adán y Eva en Edén,

Dios les sacó, más prometió un Salvador también,

que al hombre pudo redimir de su pecado atroz.

El gran amor del Redentor por siempre durará;

La gran canción de salvación su pueblo cantará.

A mediados del siglo undécimo hubo una terrible persecución a los judíos en Worms, Alemania.  A pesar de ser una ciudad con tantas iglesias, la gente no practicaba su fe en amor. Sentía envidia por los bienes materiales de los judíos, llegando a tener odio hacia ellos y sus costumbres. 

La xenofobia se basaba en razones, aunque no todas reales. Por ejemplo, algunas de las diferentes tradiciones cristianas nunca han perdonado a los judíos por haber rechazado y causado la muerte a Jesucristo. Además, la habilidad de ellos en todo lo que se trata de comercio y finanzas, ha creado enemigos. El mayor agravante en ese momento en Alemania resultó de una pandemia en la cual parecía que el pueblo hebreo estaba saliendo mejor librado.

Conclusión errónea: seguramente los judíos estaban envenenando los pozos de agua de sus vecinos gentiles. Aunque hasta ese momento, las implacables pandemias, que terminaron arrasando con cerca de 200 millones de personas, no habían llegado a su apogeo, la población sí había sufrido de varias epidemias. La gran mayoría de hebreos, sin ser todos fieles creyentes en el Dios de Abraham, seguía como costumbre étnica los principios de salud instituidos por Moisés en el monte Sinaí. Esto incluía buenas prácticas en cuanto al aseo y la destrucción de basuras. Los guetos limpios (barrios judíos), contrastaban con el desaseo en los barrios gentiles, donde las ratas abundaban en las basuras acumuladas. Sus pulgas eran portadores de virus y otras enfermedades. Por lo tanto, muchas personas murieron después de sufrir horrible agonía, quedando bajo sospecha quienes mantenían buena salud.

 

Todo esto llevó a una histeria colectiva, resultando en que judíos fueron injustamente arrastrados de sus viviendas para luego ser linchados.  

Ya diezmada la población hebrea, los que quedaban se reunieron en su sinagoga en Worms para rogar al Eterno, pidiendo un milagro.  Recordaban lo que ocurrió 2,500 años atrás cuando el ángel del Señor veía la sangre de la oveja pascual en los dinteles y postes de las casas hebreas, y no hubo muertes en aquellos hogares.

 Dios escuchó la oración en Worms. El ángel del Señor hizo parar milagrosamente el exterminio.  El cantor de la sinagoga, Meir ben Isaac Nehorai, compuso un bello himno de agradecimiento al Señor.  Una de las últimas estrofas de aquella hermosa alabanza a Dios, dice: 

“Si fuera tinta todo el mar y todo el cielo un gran papel

Y cada hombre un escritor y cada hoja un pincel

Nunca podrían describir el gran amor de Dios”   

Diez siglos más tarde, judíos en todo el mundo siguen entonando esas palabras, en especial durante la Fiesta de Tabernáculos que se celebra este año de 2022 los días 9 -16 de octubre.  De los noventa párrafos del Akdamut Millin, llamó la atención una estrofa que llegó nueve siglos más tarde a las manos de un pastor. Él la incorporó en un himno que celebra su propia respuesta al amor de Dios.

Oh Amor de Dios 

#63 (CSG)

  1. ¡Oh amor de Dios! Su inmensidad, el hombre no podría contar, 

ni comprender la gran verdad que Dios al hombre pudo amar. 

Cuando el pecar entró al hogar de Adán y Eva en Edén, 

Dios les sacó, más prometió un Salvador también.

  1. Si fuera tinta todo el mar, y todo el cielo un gran papel, 

y cada hombre un escritor, y cada hoja un pincel, 

nunca podrían describir el gran amor de Dios

que al hombre pudo redimir de su pecado atroz.

  1. Y cuando el tiempo pasará con cada reino mundanal,

y cada reino caerá con cada trama y plan carnal,

El gran amor del Redentor por siempre durará;

La gran canción de salvación su pueblo cantará.

Coro: 

¡Oh amor de Dios! brotando está, inmensurable, eternal; 

Por las edades durará, inagotable raudal. 

LETRA: Frederick M. Lehman, 1917, la segunda estrofa basada en Akdamut Millin del Rabí Meir ben Isaac Nehorai, 1096, trad. William R. Adell.