Jerusalén la hermosa – 30 de Marzo de 2022

LA ASOMBROSA CRUZ 

Una noche con la luna, Cristo lloraba, y contemplaba la ciudad santa…

Y cuando Jesús moría en cruz clavado, al vil malvado él bendecía.

Jesús lloró (Juan 11:35).   

Cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró por ella (Lucas 19:41). 

Y Cristo, en los días de su vida terrenal, ofreció ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas, …y fue oído a causa de su temor reverente (Hebreos 5:7).

El llanto demuestra que Cristo fue un verdadero hombre, con funciones corporales reales (tales como lágrimas, sudor, sangre, y notemos el énfasis puesto en la comida de Jesús durante su ministerio terrenal, y en las apariciones posteriores a la resurrección). La Biblia describe sus emociones y reacciones. 

Aun sujeto a todos estos aspectos humanos, al sufrir terriblemente en la cruz, Jesús no maldijo, sino “bendecía” como dice este canto que nos invita a imaginar escenas bíblicas.

Es preciso recordar el dolor y la compasión que Jesús sentía por toda la humanidad. Él lloró al ver el duelo de sus seres queridos por la muerte de Lázaro, un amigo cercano. ¡Después lo resucitó de la tumba!. 

Cuánto le duele vernos sufrir. Jesús nos muestra verdadera compasión y nos consuela por medio del Espíritu Santo, intercediendo por nosotros (Romanos 8:26,34) Jesús convierte las lágrimas de dolor en lágrimas de alegría cuando usa nuestras penas para hacernos útiles para testificar al mundo que no conoce el Evangelio ni tiene esperanza eterna.

Jesús lloró cuando contempló los pecados de la humanidad.

– ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos como la gallina junta a sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste! – (Lucas 13:34) Y cuando se acercó y vio la ciudad, lloró sobre ella, diciendo: – ¡Ojalá supieras aún hoy las cosas que conducen a la paz! Pero ahora están escondidos de tus ojos. (Lucas 19:41-42)

Jesús ve la ciudad de Jerusalén y llora. Esto se debe a que los pecados del pasado y del futuro le quebrantan el corazón. Nuestros pecados entristecen a Jesús, pero la buena noticia es que el Señor siempre está ahí para darnos la bienvenida y lo hace con los brazos abiertos.

Jesús derramó lágrimas al orar en el Huerto antes de su crucifixión.

(Mateo 26:36-44; Marcos 14:32-42; Lucas 22:39-46)

Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra (Lucas 22:44).

 Por amor a la humanidad, aceptó pagar el precio de nuestra redención. “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Matthew 26:39).

Si bien no siempre es necesario llorar durante la oración, resalta la realidad de que Dios desea que tengamos un “corazón contrito”. Él quiere que nuestras oraciones sean auténticas y no simplemente algo rutinario. En otras palabras, la oración debe expresar todo nuestro ser, permitiendo que Dios entre en cada aspecto de nuestras vidas.

Jerusalén la hermosa

#190 (CSG)

Una noche con la luna, Cristo lloraba, y contemplaba la ciudad santa. 

¡Oh, Jerusalén la hermosa! Tú que has matado 

cuantos te ha enviado mi Padre Dios. 

Y cuando Jesús moría en cruz clavado, al vil malvado él bendecía. 

Si tú aceptas hoy la sangre que ha derramado, serás llevado a Jerusalén. 

Coro: ¡Oh Jerusalén, Jerusalén, ciudad de Sion! 

Llora por ti hoy mi corazón: 

Como el ave al hijo le da siempre protección, 

vine yo a traerte salvación. 

LETRA: Efraín Sánchez, s. 19