LA ASOMBROSA CRUZ
Por Felipe Bliss, 1875
Semanas antes de fallecer en el peor desastre ferroviario en Norteamérica, Felipe y Lucy Bliss habían ido a visitar a su familia. De paso entraron a una penitenciaría, donde Felipe había sido invitado a dar un mensaje de esperanza. Después de cantar varios himnos y hablar acerca del amor de Dios, pidió a los 800 reclusos que pensaran seriamente en la pregunta: ¿dónde pasarían la eternidad? Mientras cantaban el himno, El Varón de gran dolor, escrito por Bliss meses atrás, Dios tocó los corazones de endurecidos criminales, y muchos pidieron perdón por su atroz pecado, para recibir paz y vida eterna. Centenares de presos lloraban con arrepentimiento y gozo. Cantemos aquel hermoso himno que dirige nuestra atención a Cristo.
El Varón de gran dolor
#196 (CSG)
Felipe Bliss, 1875
- El Varón de gran dolor es el Hijo del Señor;
Vino al mundo por amor, ¡Aleluya! ¡Es mi Cristo!
- Él llevó la cruenta cruz para darnos vida y luz;
Ya mi cuenta él pagó, ¡Aleluya! ¡Es mi Cristo!
- Quiso él por mí morir; puedo hoy por él vivir.
Quiero sólo a él servir, ¡Aleluya! ¡Es mi Cristo!
- Cuando venga nuestro Rey, luego yo su faz veré,
y sus glorias cantaré, ¡Aleluya! ¡Es mi Cristo!
Cuando visitaron la penitenciaría, no sospechaban que pronto morirían. El 29 de diciembre, 1876, Felipe y Lucy perecieron carbonizados cuando el puente de Ashtabula se vino abajo, llevando el tren incendiado. Sin embargo, los Bliss serán resucitados al sonar la trompeta de Dios. En la eterna presencia del Señor habrá un reencuentro con esos presos y con millares de millones de redimidos que adorarán a Jesucristo.
Sí, encontraremos en la eternidad a presos convertidos en cristianos, a una multitud de hermanos en Cristo, ya libres de todo dolor. Algunos habrían sufrido más que otros. Por ejemplo, una adolescente recién paralizada por un accidente se veía indefensa con el corazón roto, mirando al rostro de su papá y preguntándole: – ¿Por qué? -. No buscaba explicaciones tanto, como que su papá la recogiera en sus brazos y le dijera que todo estaría bien. Su súplica reflejaba la confianza de contar con apoyo paternal para que su futuro tuviera algún sentido positivo.
Eso es lo que todos necesitamos cuando estamos sufriendo. Queremos que nuestro Padre Celestial nos consuele en la aflicción, y lo hace. Según el Salmo 18, Él es nuestra roca y libertador. El Salmo 68:5 asegura que Él se convierte en padre de los huérfanos y defensor de las viudas. En Isaías 9, Él es admirable consejero para los confundidos y deprimidos.
Dios ha dado a su Hijo para salvarnos: Jesús, el varón de dolores, magullado y ensangrentado, colgado de una cruz. Soportó lo indecible en la tierra para que tú y yo, confiando en Él, podamos ser libres de la condenación eterna.
Es tan grande ironía el hecho de que Cristo, Creador y Sustentador de todas las cosas, haya sido humillado en su encarnación, por sus propias criaturas y muerto por los que quiso dar vida eterna. Cuando subió a la cruz, en la manifestación suprema de la misericordia divina hacia la humanidad, el mismo Hijo de Dios fue “despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores” (Isaías 53:3).
Isaías 53, escrito siglos antes de su venida, profetizó lo que Cristo soportaría desde el Getsemaní hasta su muerte, prueba de que Él se sometió a la cruz y a las multitudes hostiles, no por debilidad ni impotencia, sino voluntaria y deliberadamente.
El himno: El Varón de gran dolor, nos hace recordar la cruz y el sufrimiento que Cristo soportó allí en el Calvario por pecadores, a quienes redimiría a través de su sacrificio. Cada estrofa termina con la misma sencilla pero, profunda expresión de alabanza: ¡Aleluya! ¡Es mi Cristo!
1 Pedro 1:19 proclama que Cristo dio su sangre como Cordero de Dios sin mancha y sin contaminación. Él es “santo, irreprensible, puro, apartado de los pecadores” (Hebreos 7:26).
La perfección inmaculada de Cristo fue necesaria para que pudiera pagar mi cuenta de culpable, y la segunda estrofa del himno dice que llevó la cruenta cruz para darnos vida y luz.
La tercera estrofa se actualiza cada día: puedo hoy por él vivir, quiero solo a él servir.
La cuarta estrofa nos alienta con la enorme, maravillosa esperanza de la segunda venida de nuestro Salvador. Luego yo su faz veré, y sus glorias contaré.
El legado de los breves treinta y ocho años de vida de Felipe Bliss, permanece firme en sus muchos himnos. Él y su esposa no desaparecieron carbonizados para siempre. Estarán con nosotros adorando a Cristo.