LA ASOMBROSA CRUZ 9
Di cuando crucificado él por nosotros murió;
Di del sepulcro sellado; di cómo resucitó.
En esa historia tan tierna miro las pruebas de amor;
Mi redención ha comprado el bondadoso Salvador.
Son las palabras de la tercera estrofa del himno favorito de una secuestradora. Sí, Amy Carmichael secuestró… ¡muchas veces! El 6 de marzo de 1901, por primera vez rescató a una joven que había sido dedicada a los dioses hindúes y obligada a prostituirse en un templo con el fin de ganar dinero para los sacerdotes. La misericordia, al ofrecerle escape y refugio, convirtió a Amy en una secuestradora. A lo largo de los años, Amy rescató a muchos otros niños, y sufrió agotamiento extremo y peligro personal. Cuando recibió a Kohila, de cinco años, los tutores de la niña quisieron recuperarla. Amy se negó a devolver a la niña por los abusos que le hacían. En cambio, hizo los arreglos necesarios para que la pequeña “desapareciera” a un lugar seguro. La trama fue descubierta. Los fiscales presentaron cargos contra Amy, y se enfrentó a una pena de prisión de siete años.
Sin embargo, Amy no fue a la cárcel. El 7 de febrero de 1914 llegó un telegrama que decía: “Caso penal desestimado”. Nunca hubo una explicación, pero los que confiamos en el Dios a quien servía Amy no tenemos dudas de que Él tuvo que ver con la decisión.
Amy, nacida en Irlanda, era una heroína que superó grandes dificultades. Sufría de neuralgia, y su enfermedad crónica hacía doler todo su cuerpo y guardar cama durante semanas. Por eso, sus amigos pensaron que era una tontería cuando anunció que sería misionera a la India; esperaban que pronto regresaría a Inglaterra para siempre. Sin embargo, Amy estaba segura de que Dios la estaba llamando a ir al extranjero. Toda su vida había estado aprendiendo a escuchar su voz.
Uno de los primeros incidentes con implicaciones para su vida de misionera ocurrió cuando era una niña. Su mamá le había dicho que si oraba, el Señor respondería. Amy tenía ojos marrones. Ella oró por cambiarlos al azul, como eran los ojos de su familia. Por la mañana saltó de la cama y corrió hacia el espejo. La señora Carmichael escuchó su gemido de decepción y fue a abrazar a su hija que lloraba. Luego le explicó que “no” también puede ser una respuesta del Señor. Años más tarde, sus ojos marrones serían de ventaja en la India. Entendió que el azul de ojos típicos de la población irlandesa, que era su color favorito, hubiera impedido su ministerio.
Cuando era joven, Amy pensó que era cristiana, pero un evangelista le mostró que necesitaba un compromiso personal con Cristo. Ella entregó su corazón y servicio al Señor, y Él se convirtió en el centro y la pasión de su vida. El año en que su papá murió inesperadamente, Amy comenzó clases y grupos de oración para los más pobres de la ciudad Belfast. También organizó servicios dominicales con las “shawlies”. Estas eran chicas que laboraban horas largas en fábricas, tan pobres que no tenían los sombreros de rigor para usar en la iglesia; en su lugar usaban chales en la cabeza. La gente respetable no quería tener nada que ver con ellas. Amy vio que necesitaban a Cristo, al igual que los de supuestos “mejores” estratos sociales. Tantas “chales” asistían a las clases de Amy, que tuvo que encontrar otro edificio más grande para albergar a trescientos o más.
Lamentablemente, los Carmichael perdieron todo su dinero debido a reveses financieros, y se les hizo necesario ir a Inglaterra para trabajar para el tío Jacob. El tío le pidió a Amy que les enseñara a los trabajadores de su molino acerca de Jesús. Amy se mudó cerca del molino a un apartamento infestado de cucarachas y chinches. En el insalubre lugar, estaba constantemente enferma, y tenía que estar acostada durante días seguidos. Estaba claro que debía dejar la evangelización en el molino. Esa circunstancia finalmente llevó a Amy a la India, donde comenzó su trabajo de rescate de los niños esclavos del templo. Vestida con un sari, con la piel teñida de marrón, podría pasar por hindú. Ahora entendía por qué Dios le había dado ojos marrones.
Amy dejó muchas frases para recordar como las siguientes:
- Hay muchas habitaciones en la casa del dolor.
- Prefiero quemarme en servicio a los demás, en vez de oxidar en el egoísmo.
- Los vencedores ganaron paso a paso, rindiendo pedacitos de su voluntad, con pequeñas negaciones del “yo”, victorias internas de fidelidad cada día.
- No nos sorprendamos cuando tengamos que enfrentar dificultades. Si el viento sopla con fuerza sobre un árbol, las raíces crecen más profundas. Así, ante los contratiempos, Él Señor nos ayuda a ser fuertes en espíritu para resistir las pruebas.
Amy Carmichael nos dejó un gran legado de poesía y meditaciones. Cantemos su himno favorito, que nos hace recordar a Jesucristo.
Dime la historia de Cristo
#173 (CSG)
- Dime la historia de Cristo; grábala en mi corazón;
Dime la historia preciosa, ¡cuán melodioso es su son!
Di cómo cuando nacía, ángeles con dulce voz
“Paz en la tierra”, cantaron, “y en las alturas gloria a Dios”.
Coro: Dime la historia de Cristo; grábala en mi corazón;
Dime la historia preciosa, ¡cuán melodioso es su son!
- Dime del tiempo en que a solas en el desierto se halló;
De Satanás fue tentado, más con poder le venció.
Dime de todas sus obras, de su tristeza y dolor,
Pues sin hogar, despreciado anduvo nuestro Salvador.
- Di cuando crucificado él por nosotros murió;
Di del sepulcro sellado; di cómo resucitó.
En esa historia tan tierna miro las pruebas de amor;
Mi redención ha comprado el bondadoso Salvador.
Otro gran favorito de Amy (así como de muchas otras personas) fue el cántico tan especial que habla del amor de Cristo hacia los niños. La segunda estrofa relata cómo ese amor lo condujo a morir para perdonar el pecado y proveer vida eterna.
Cristo me ama
#572 (CSG) (por Anna B. Warner, 1860)
- Cristo me ama, me ama a mí, su Palabra dice así;
Niños pueden ir a él, quien es nuestro amigo fiel.
Coro:
//Sí, Cristo me ama;//
la Biblia dice así.
- Cristo me ama, él murió, y la gloria nos abrió;
Mis pecados borrará, me dará la entrada allá.
- Cristo me ama, es verdad, y me cuida en su bondad;
Cuando muera, bien lo sé, que al cielo yo iré.